30.9.05

56._ Juicio y conversión

Afirmamos, pues, que una persona, cuando muere, desaparece de este mundo; pero desde su punto de vista interno, en su tiempo personal, resucita de inmediato, como quien despierta de una operación quirúrgica larguísima, pero sin haber sentido nada y sin haber experimentado el transcurso del tiempo, gracias a la más eficaz de las anestesias: la muerte. Los miles de millones de años transcurridos según el tiempo propio del universo, no son nada en el tiempo personal: la muerte y la resurrección se experimentan como ocurridas en el mismo instante.

Y la persona resucita para la anacefaleosis: para el proceso de su incorporación al Cuerpo Místico de Jesucristo. Pero esa incorporación implica una radical transformación; tiene que cambiar, destruyendo sus aspectos negativos, su "lado malo", y desarrollando sus aspectos positivos, su "lado bueno". Una depuración que no termina nunca, y que sólo es posible gracias al Espíritu Santo, a la gracia divina que fluye desde Jesucristo, pero que necesita la aceptación y la colaboración de la persona: requiere su conversión personal, su arrepentimiento, su fe, su confianza, su apertura. Se obtiene mediante el auxilio de la gracia de Dios, mediante Su persuasión, Su seducción, Su diálogo "de tú a tú", Su llamada incesante, Su guía, Su indulgencia, Su benevolencia acogedora.

Si hay aceptación por parte de la persona, la incorporación se realiza suavemente, aceleradamente, y redunda en la mayor felicidad suya, en la dicha completa "que ningún ojo vio y ningún oído oyó", --inimaginable--, que "Dios tiene preparada para sus elegidos".
Pero si hay rechazo, resistencia, por parte de la persona, entonces la incorporación no puede efectuarse: es la condenación, la desolación; eternamente --desde el punto de vista personal-- seguirá Dios insistiendo, llamándola, convenciéndola, pero mientras se mantenga en su rechazo, permanecerá condenada.
La colaboración de la persona es exigida por Dios para respetar su libertad, su voluntad; por eso hubo Encarnación, por eso sufrió y murió Jesús, para poder convencernos íntimamente, de igual a igual, respetándonos. La persona resucitada se verá a sí misma a una nueva luz; será capaz de reconocer sus culpas, sus pecados, sus crímenes, sus deficiencias; sentirá dolor por ello, se sentirá avergonzada; pero podrá superarlo si confía en el poder de la gracia de Dios.
Éste es el "juicio personal", inicio de la anacefaleosis para cada persona.

Todos resucitaremos juntos, en el umbral de la emergencia última. A la expresión de la voluntad de Dios, a su voz, al "son de la trompeta", todos despertaremos de la muerte para ser así juzgados y transformados. Todos experimentaremos a la vez el "juicio personal".
El mundo humano de los siglos pasados, lo que comenzó en el planeta Tierra y se extendió después por todo el Universo, habrá alcanzado su acabamiento, habrá sido superado. El universo entero se estará consumando; no habrá ya galaxias; todo: materia, energía, espacio, tiempo, se estará "sumiendo", o "sublimando", en la emergencia de Dios.
Y las personas resucitadas sentiremos, junto a una alegría indescriptible, la tristeza del arrepentimiento, la vergüenza por nuestros pasados crímenes, la ira por nuestra estupidez, por nuestra mezquindad, por nuestra maldad, por nuestra injusticia. Éste será el llamado "día de las lágrimas y de la ira". El "día del Juicio Final Universal".
Pero la gracia reparadora, consoladora, indulgente, bondadosa, acogedora, de Dios, nos estará llamando para separar nuestro lado "oveja" de nuestro lado "cabrito"; para conducirnos a la reconciliación y la paz; para mejorarnos y llevarnos a la vida eterna, depurados, convertidos, transformados, inmaculados, salvados, vueltos a nacer. A nuestro verdadero "hogar", a nuestra verdadera "patria".
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Capítulo 15 de la primera epístola de San Pablo a los Corintios
Os recuerdo, hermanos, el evangelio que os he predicado,
el cual recibisteis, en el cual perseveráis;
por el cual asimismo, si retenéis la palabra que os he predicado,
sois salvos, si no creísteis en vano.

Primeramente os he enseñado lo que yo mismo recibí:
Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras;
y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras;
y que se apareció a Cefas, y después a los doce;
después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven aún, y otros ya murieron;
después se apareció a Jacobo; después a todos los apóstoles;
y en último término, como a un abortivo, se me apareció a mí.

Porque yo soy el más pequeño de los apóstoles,
que no soy digno de ser llamado apóstol, ya que perseguí a la iglesia de Dios.
Pero por la gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para conmigo,
antes he trabajado más que todos ellos;
pero no yo, sino la gracia de Dios que está conmigo.
Bueno, sea yo o sean ellos, esto predicamos, y esto habéis creído.

Pero si se predica de Cristo que resucitó de los muertos,
¿cómo dicen algunos entre vosotros que no hay resurrección de los muertos?
Porque si no hay resurrección de los muertos, tampoco Cristo resucitó.
Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe.
Y somos falsos testigos de Dios; por haber testificado de Dios que él resucitó a Cristo,
al cual no resucitó, si es verdad que los muertos no resucitan.
Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó;
y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados.
Entonces también los que durmieron en Cristo perecieron.
Si solamente para esta vida esperamos en Cristo,
somos los más lastimosos de todos los hombres.

¡Pero no! Cristo ha resucitado de entre los muertos; como primicias de los que durmieron.
Como la muerte entró por un solo hombre,
también por un solo hombre viene la resurrección de los muertos.
Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos revivirán.
Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias;
luego los que son de Cristo, en su venida;
luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre,
cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia.

Es preciso que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos a sus pies.
Y el postrer enemigo destruido será la muerte.
Porque le han sido sometidas todas las cosas, exceptuando aquel que se las sometió.
Pero luego que todas las cosas le estén sujetas,
entonces también el Hijo mismo se someterá a quien sometió a él todas las cosas,
para que Dios sea todo en todos.

De otro modo, ¿qué harán los que se bautizan por los muertos, si en ninguna manera los muertos resucitan?
¿Por qué, pues, se bautizan por los muertos?
¿Y por qué nosotros peligramos a toda hora?
Os aseguro, hermanos, por la gloria que de vosotros tengo en nuestro Señor Jesucristo,
que cada día vivo en peligro de muerte.
Si como hombre batallé en Efeso contra fieras, ¿qué me aprovecha?
Si los muertos no resucitan, comamos y bebamos, porque mañana moriremos.
No erréis; las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres.
Velad debidamente, y no pequéis; porque algunos no conocen a Dios;
para vergüenza vuestra lo digo.

Pero dirá alguno: ¿Cómo resucitarán los muertos? ¿Con qué cuerpo vendrán?
Necio, lo que tú siembras no revive si no muere antes.
Y lo que siembras no es el cuerpo que ha de salir, sino el simple grano desnudo, ya sea de trigo o de otro grano;
pero Dios le da el cuerpo como él quiere, y a cada semilla su propio cuerpo.
No toda carne es igual, sino que una carne es la de los hombres, otra carne la de las bestias, otra la de los peces, y otra la de las aves.
Y hay cuerpos celestiales, y cuerpos terrenales; pero una es la gloria de los celestiales, y otra la de los terrenales.
Uno es el resplandor del sol, otro el de la luna, y otro el de las estrellas, pues una estrella es diferente de otra.

Así también es la resurrección de los muertos:
Se siembra corrupción, resucita incorrupción;
se siembra deshonra, resucita gloria;
se siembra debilidad, resucita fortaleza;
se siembra cuerpo animal, resucita cuerpo espiritual.

Pues como hay cuerpo animal, hay también cuerpo espiritual.
Como está escrito: El primer hombre, Adán, fue hecho alma viviente; el último Adán, espíritu vivificante.
Mas lo espiritual no es lo primero, sino lo animal; luego lo espiritual.
El primer hombre, Adán, es de la tierra; el segundo hombre, el Señor, es del cielo.
Cual el terrenal, tales también los terrenales; y cual el celestial, tales también los celestiales.
Así como hemos sido imagen del terrenal, seremos también imagen del celestial.
Esto os digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios,
ni la corrupción heredar la incorrupción.
¡Mirad! Os revelo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados,
en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, al son de la trompeta final;
pues sonará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados.
Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad.

Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad,
entonces se cumplirá la palabra que está escrita:
Sorbida ha sido la muerte en la victoria.
¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?
¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?
El aguijón de la muerte es el pecado, y la fuerza del pecado, la ley.
Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo.

Así que, hermanos míos amados, permaneced firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano.

De la epístola de San Pablo a los Efesios
Él nos manifestó el misterio de su voluntad
según su benevolencia,
por la cual se propuso
para la plenitud de los tiempos
recapitular todas las cosas en Cristo:
las de los cielos y las de la tierra.
(Ef 1, 9-10)

Profecías
El que te creó, te tomará por esposa; su nombre es Señor todopoderoso.
Tu redentor es el Santo de Israel, se llama Dios de toda la tierra.

Como a mujer abandonada y abatida te vuelve a llamar el Señor.
¿Puede ser rechazada la esposa tomada en la juventud?, dice el Señor.
Por un breve instante te abandoné, pero ahora te recibo con inmenso cariño.
En un arrebato de enojo me oculté de ti por un momento,
pero el amor con que te amo es eterno, dice el Señor, tu redentor.

Me sucede como en tiempos de Noé, cuando juré que las aguas del diluvio no volverían a cubrir la tierra;
ahora juro no volver a enojarme contra ti, ni amenazarte nunca más.
Aunque las montañas cambien de lugar, y se desmoronen los cerros,
no cambiará mi amor por ti,
ni se desmoronará mi alianza de paz, dice el Señor, que te ama.
(Isaías 54, 5-10)
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Entonces (Yahvé) me dijo: "Profetiza sobre estos huesos. Les dirás: Huesos secos, escuchad la palabra de Yahvé.
Así dice el señor Yahvé a estos huesos:
He aquí que yo voy a hacer entrar el espíritu en vosotros, y viviréis.
Os cubriré de nervios, haré crecer la carne sobre vosotros, os cubriré de piel, os daré un espíritu y viviréis;
y sabréis que yo soy Yahvé".

Estos huesos son todo el pueblo de Israel. Ellos andan diciendo: "Se han secado nuestros huesos,
se ha desvanecido nuestra esperanza, todo ha terminado para nosotros".
Por eso, profetiza; les dirás: Así dice el Señor Yahvé:
"He aquí que yo voy a abrir vuestras tumbas; os haré salir de vuestras tumbas, pueblo mío,
y os llevaré de nuevo al suelo de Israel.
Sabréis que yo soy Yahvé cuando abra vuestras tumbas y os haga salir de ellas, pueblo mío.
Infundiré mi espíritu en vosotros y viviréis; os estableceré en vuestra patria,
y sabréis que yo, Yahvé, lo digo y lo hago; palabra de Yahvé."
(Ezequiel 37, 4-6 y 11-14)
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Os tomaré de entre las naciones, os recogeré de todos los países
y os llevaré a vuestra patria.
Os rociaré con agua pura y quedaréis purificados;
de todas vuestras manchas y de todos vuestros ídolos os purificaré.
Y os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo,
os arrancaré el corazón de piedra y os daré un corazón de carne.

Infundiré mi espíritu en vosotros y haré que os conduzcáis según mis preceptos
y observéis y practiquéis mis normas.
Habitaréis la tierra que yo prometí a vuestros padres.
Vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios.
(Ezequiel 36, 24-28)
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Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva
- porque el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido, y el mar no existía ya -
y vi la Ciudad Santa, la Nueva Jerusalén, que bajaba del cielo,
de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo.

Y oí una fuerte voz que decía desde el trono: "Esta es la morada de Dios con los hombres.
Pondrá su morada entre ellos y ellos serán su pueblo y él, Dios-con-ellos, será su Dios.
Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni llanto, ni gritos ni fatigas,
porque el mundo antiguo ha pasado.

Entonces dijo el que está sentado en el trono: "Mira, que hago un mundo nuevo".
Y añadió: "Escribe: Estas son palabras ciertas y verdaderas".
Me dijo también: "Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin;
al que tenga sed, yo le daré a beber gratuitamente del manantial del agua de la vida.
Ésta será la herencia del vencedor: yo seré Dios para él y él será hijo para mí".
(Apocalipsis 21, 1-7)
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El Señor es mi pastor,
¿qué me puede faltar?
por las verdes praderas
él me lleva a apacentar,
me guía hacia las aguas de la paz
y mi alma reconforta.

Me conduce por sendas de justicia
por amor de su nombre,
en oscuros abismos yo no temo
porque está junto a mí;
su cayado, la vara de su brazo,
son ellos mi confianza.

Para mí tú dispones una mesa
frente a mis adversarios,
has ungido con óleo mi cabeza
y mi copa rebosa,
de bienes y de gracias gozaré
en tu casa, cuando viva.

Gloria al Padre nuestro creador,
a Jesús el Señor
y al Espíritu que habita en nuestras almas,
nuestro consolador,
al Dios que es, que era y que vendrá
por los siglos de los siglos.
(Salmo 23)
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