30.9.05

53._ Primicia

Dios, en su nivel supremo de emergencia cósmica, prosiguió su plan de salvación. Él no es un Dios de muertos, sino de vivos. Él "es" la vida. Su poder es inimaginable. Él quiso, y pudo, resucitar a su Ungido, a su representante único y auténtico, a su Hijo tan amado en quien se complace; a la Palabra que salió de su boca para encarnarse en la historia humana, en el interior del proceso temporal; a Sí mismo.

Dios murió en Él, para hacerse como sus criaturas, ínfimo y efímero; ahora Él vivirá en Dios, para hacer a esas criaturas inmensas y eternas, como Dios.

Jesús de Nazaret, ese galileo de una época perdida en la historia humana, de un pequeño lugar de Asia, en el pequeño planeta Tierra, en el pequeño Sistema Solar, en una pequeña galaxia perdida en el Universo, es ahora la primicia de una Nueva Creación, la piedra angular de una Nueva Construcción, la Palabra que vuelve a Dios no vacía; el Hijo que, habiendo cumplido la voluntad del Padre, habiendo cumplido su misión, trae sus frutos, sin haber perdido ninguno. El que atraerá todo hacia sí; el que aglutinará una Nueva Realidad, un Cielo Nuevo y una Tierra Nueva; como el cristal que --inmerso en una solución-- provoca la cristalización de todo su entorno.

Ese hombre, Jesús, ha resucitado. En el umbral de la emergencia divina. En ese momento culminante de la evolución cósmica, que --hablando en el tiempo propio del universo-- dista de nosotros probablemente miles de millones de años. Pero que coincide también con un momento concreto pasado de nuestra historia, en un "bucle" temporal causado por la acción redentora del espíritu de Dios, el Espíritu Santo, procedente del Padre y del Hijo, que anuncia esta resurrección a los hombres.

Los discípulos fueron, pues, "llenos del Espíritu Santo". De ahí vino su convicción en la resurrección de Jesús; de ahí vino su enorme capacidad creativa. Ellos experimentaron en pasado lo que es futuro, trocaron la incertidumbre de lo futuro por la certeza de lo pasado; el acontecimiento de la resurrección de Cristo vino a ser un momento de la historia, hace veinte siglos, que es anticipatorio de un momento futuro en el umbral de la emergencia última, probablemente dentro de miles de millones de años. Es una anticipación real, no simbólica ni ilusoria. Cristo resucitó/resucitará al fin de los tiempos; y nosotros resucitaremos con Él.