30.9.05

50._ Trauma

Pedro, y los demás discípulos y discípulas de Jesús, constituían un pequeño grupo brutalmente traumatizado por la crucifixión. Dispersos, escondidos, avergonzados, desmoralizados. Destrozados sus sueños y sus esperanzas. Tenían ahora que bajar a la realidad. Volver con sus familias, a sus oficios, a continuar viviendo. Nos imaginamos que muchos habrán oído el reproche: "¿no te dije que no te fueras con ese hombre?". Su maestro había sido un iluso, un visionario, un loco. Ni siquiera había muerto serena y dignamente como un Sócrates, sino de manera terrible y vergonzante, como el peor de los criminales.
Y ellos, que hacían cuentas de sus beneficios futuros en el Reino mesiánico, que se repartían ya los cargos más importantes y los mejores sitios, que habían confiado en ser generosamente recompensados por seguirlo... ¡qué estúpidos, qué utópicos, qué irresponsables, qué inútiles, habían sido! Ahora serían perseguidos por las poderosas autoridades de Jerusalén, quizá hasta en sus mismos pueblecitos de Galilea; tal vez serían apresados por los temibles soldados romanos y sometidos a tortura y a muerte, también. Y todas esas hermosas doctrinas de paz, amor, perdón, desprendimiento, confianza, ¿de qué servían?

No había entre ellos un líder, un sucesor que pudiese animarlos. Pedro, el que había sido el más decidido, había resultado ser un cobarde; ¿con qué cara miraría a sus compañeros?

51._ Fe

Pensamos que ése habrá sido el estado de ánimo entre ellos.

Sin embargo, en un corto plazo, ese grupo enfrentaría y vencería al mundo.
Quien no osaba confesar su verdad a una sirvienta, la proclamaría a gritos a toda la muchedumbre.
Quien se avergonzaba de ser un iluso, invitaría a serlo, y convencería, a miles de personas.
Quien temía a los romanos y a los judíos de Jerusalén, por ser sólo un pobre pescador galileo, enseñaría a las gentes de todas las lenguas, de todas las naciones, y conquistaría espiritualmente el Imperio.
Quien apenas se expresaba torpemente en arameo, con la cultura básica de un obrero de aldea, inspiraría la más elevada y famosa literatura de todos los tiempos.
Quien no tenía valor para defender a un amigo, arriesgaría y daría su vida en el martirio por él, sin dudarlo. Quien se quedaba dormido en los momentos en que había necesidad de velar y orar, sería el confortador, el animador de los corazones de millones y millones de hombres y mujeres, el cauce de sus oraciones, de sus meditaciones, de sus raptos místicos, de sus poemas, de su arte, de su música...

¡Cómo es posible! ¡Qué pasó aquí!
La respuesta es: "Creyeron en la resurrección de Jesús".

52._ Resurrección

Recibieron este mensaje, tuvieron esa convicción. Contaron que habían tenido visiones, cada uno por separado y en conjunto. ¿Alucinaciones? ¿Autosugestión provocada por la necesidad de consuelo? ¿Delirio colectivo?
Desde luego, tuvieron que ser unas alucinaciones extremadamente vívidas para crear esa recuperación, esa confianza extraordinaria. Si locura había sido seguir antes a ese Maestro, ¿qué sería ahora, en presencia de su cadáver? Y no se reconfortaron por unos días, sino por el resto de sus vidas, hasta entregarlas al martirio por su fe. Esta inmensa convicción, no de un solo hombre sino de todo un grupo, no pudo haber sido alcanzada basándose en dudosas visiones propias ni ajenas. ¿Qué ocurrió entonces?

Nosotros creemos en lo que ellos mismos afirmaron: que su convicción fue obra del espíritu de Dios, actuante en sus mentes, como antes actuó en las mentes de los profetas de Israel. La capacidad creativa de los apóstoles, que transformaría al mundo, no era sino la capacidad creativa de Dios, inspirada de una manera directa y especial en ellos, para seguir realizando la obra de la Redención.
Y el mensaje del Espíritu era éste: "Jesús, el que fue crucificado, ha resucitado; es verdaderamente el Mesías, el Cristo; os precede en la resurrección universal de todos los hombres a la vida eterna con Dios; creed en Él, convertíos para entrar en su Reino".

53._ Primicia

Dios, en su nivel supremo de emergencia cósmica, prosiguió su plan de salvación. Él no es un Dios de muertos, sino de vivos. Él "es" la vida. Su poder es inimaginable. Él quiso, y pudo, resucitar a su Ungido, a su representante único y auténtico, a su Hijo tan amado en quien se complace; a la Palabra que salió de su boca para encarnarse en la historia humana, en el interior del proceso temporal; a Sí mismo.

Dios murió en Él, para hacerse como sus criaturas, ínfimo y efímero; ahora Él vivirá en Dios, para hacer a esas criaturas inmensas y eternas, como Dios.

Jesús de Nazaret, ese galileo de una época perdida en la historia humana, de un pequeño lugar de Asia, en el pequeño planeta Tierra, en el pequeño Sistema Solar, en una pequeña galaxia perdida en el Universo, es ahora la primicia de una Nueva Creación, la piedra angular de una Nueva Construcción, la Palabra que vuelve a Dios no vacía; el Hijo que, habiendo cumplido la voluntad del Padre, habiendo cumplido su misión, trae sus frutos, sin haber perdido ninguno. El que atraerá todo hacia sí; el que aglutinará una Nueva Realidad, un Cielo Nuevo y una Tierra Nueva; como el cristal que --inmerso en una solución-- provoca la cristalización de todo su entorno.

Ese hombre, Jesús, ha resucitado. En el umbral de la emergencia divina. En ese momento culminante de la evolución cósmica, que --hablando en el tiempo propio del universo-- dista de nosotros probablemente miles de millones de años. Pero que coincide también con un momento concreto pasado de nuestra historia, en un "bucle" temporal causado por la acción redentora del espíritu de Dios, el Espíritu Santo, procedente del Padre y del Hijo, que anuncia esta resurrección a los hombres.

Los discípulos fueron, pues, "llenos del Espíritu Santo". De ahí vino su convicción en la resurrección de Jesús; de ahí vino su enorme capacidad creativa. Ellos experimentaron en pasado lo que es futuro, trocaron la incertidumbre de lo futuro por la certeza de lo pasado; el acontecimiento de la resurrección de Cristo vino a ser un momento de la historia, hace veinte siglos, que es anticipatorio de un momento futuro en el umbral de la emergencia última, probablemente dentro de miles de millones de años. Es una anticipación real, no simbólica ni ilusoria. Cristo resucitó/resucitará al fin de los tiempos; y nosotros resucitaremos con Él.

54._ Reimplantación

Nuestros cuerpos serán destruidos por la muerte. Pero la información que definía nuestra identidad: el programa genético que determinaba la estructura y funciones de nuestros organismos, la memoria y la mente que nos permitían ser conscientes y persistentes, todo nuestro "software", --nuestra "alma"--, será accesible al conocimiento de Dios.

No habrá almas que subsistan como entes autónomos, incorpóreos, como fantasmas que "vivan" en un ultra-mundo esperando el fin de los tiempos. No; simplemente desapareceremos después de nuestra muerte y volveremos a aparecer en el umbral de la emergencia final. Para nuestra conciencia personal no habrá transcurrido plazo alguno entre ambos instantes: la muerte y la resurrección coinciden en el tiempo personal, aunque en el tiempo propio del universo estén separadas por miles de millones de años.
Esto ocurrirá a todas las personas que existen, hayan existido y existirán hasta ese momento final. Dios, desde las alturas, desde la cima del proceso de evolución cósmica, verá, conocerá completa y exactamente, toda la información universal de todos los tiempos, en particular toda la información que nos determinaba, a cada uno, como personas. Y querrá, y podrá, resucitarnos; reimplantar nuestro "software" en un nuevo "hardware", nuestras "almas" en nuevos "cuerpos", pero cuerpos diferentes a los antiguos para vidas diferentes de las antiguas, cuerpos espirituales para vidas eternas.

55._ Cuerpo Místico

Esto lo hará Dios por intermedio de Jesucristo resucitado, el primero, la primicia, entre los que resucitan. Él será el aglutinador, el dispensador, el centro irradiador, el atractor, el impregnador, la fuente, la puerta, el camino, la razón, la ocasión, la cabeza de un "Cuerpo Místico" del que nosotros estamos llamados a ser miembros. "Él es la vid, nosotros los sarmientos".
El Espíritu Santo llenará el Cuerpo Místico, fluyendo hacia sus miembros como sangre vivificante, como agua viva, como fuego purificador, como luz iluminadora, como gracia edificante y santificante, desde Jesucristo; y así el Cuerpo Místico vivirá hacia Dios, se entregará a Dios, para ser uno con Él, para que "Dios sea todo en todas las cosas".

La recaudación o recapitulación de todos nosotros, de todas las personas existentes --incluso de todas las personas, humanas o no, cuya existencia sea posible-- en el Cuerpo Místico de Jesucristo, se llama "anacefaleosis". Y la unión del Cuerpo Místico con Dios, para que Dios sea todo en todo, se llama "apocatástasis". Más allá del umbral de emergencia final, se habrá producido ya la apocatástasis: Dios será todo en todo; sólo habrá Dios trascendente, uno, eterno, perfecto, inmutable; todo cuanto haya sido en el universo -nosotros incluidos, naturalmente- estará integrado en Él, en el único Ser, el único Bien, la única Verdad, la única Belleza.
Entre el momento de la resurrección y la apocatástasis hay el proceso de la anacefaleosis: la incorporación de todo en Jesucristo, en su Cuerpo Místico. Este tiempo se extenderá hasta que todo lo incorporable haya sido incorporado; entonces Jesucristo "someterá todo a Dios".
La anacefaleosis durará para siempre en términos del tiempo personal, vivencial, humano. Estaremos por siempre acabándonos de incorporar al Cuerpo Místico; Dios estará siempre presente pero "más allá"; será siempre el límite hacia el que nos aproximaremos. El tiempo, inagotable, de la anacefaleosis, será la beatitud, la felicidad más completa, la bienaventuranza cumplida.
Al fin seremos "nosotros mismos", unidos en el Espíritu de Amor, hacia el Padre, con el Hijo; "con Él, por Él, y en Él, mediante el Espíritu Santo, glorificando al Padre por los siglos de los siglos".

56._ Juicio y conversión

Afirmamos, pues, que una persona, cuando muere, desaparece de este mundo; pero desde su punto de vista interno, en su tiempo personal, resucita de inmediato, como quien despierta de una operación quirúrgica larguísima, pero sin haber sentido nada y sin haber experimentado el transcurso del tiempo, gracias a la más eficaz de las anestesias: la muerte. Los miles de millones de años transcurridos según el tiempo propio del universo, no son nada en el tiempo personal: la muerte y la resurrección se experimentan como ocurridas en el mismo instante.

Y la persona resucita para la anacefaleosis: para el proceso de su incorporación al Cuerpo Místico de Jesucristo. Pero esa incorporación implica una radical transformación; tiene que cambiar, destruyendo sus aspectos negativos, su "lado malo", y desarrollando sus aspectos positivos, su "lado bueno". Una depuración que no termina nunca, y que sólo es posible gracias al Espíritu Santo, a la gracia divina que fluye desde Jesucristo, pero que necesita la aceptación y la colaboración de la persona: requiere su conversión personal, su arrepentimiento, su fe, su confianza, su apertura. Se obtiene mediante el auxilio de la gracia de Dios, mediante Su persuasión, Su seducción, Su diálogo "de tú a tú", Su llamada incesante, Su guía, Su indulgencia, Su benevolencia acogedora.

Si hay aceptación por parte de la persona, la incorporación se realiza suavemente, aceleradamente, y redunda en la mayor felicidad suya, en la dicha completa "que ningún ojo vio y ningún oído oyó", --inimaginable--, que "Dios tiene preparada para sus elegidos".
Pero si hay rechazo, resistencia, por parte de la persona, entonces la incorporación no puede efectuarse: es la condenación, la desolación; eternamente --desde el punto de vista personal-- seguirá Dios insistiendo, llamándola, convenciéndola, pero mientras se mantenga en su rechazo, permanecerá condenada.
La colaboración de la persona es exigida por Dios para respetar su libertad, su voluntad; por eso hubo Encarnación, por eso sufrió y murió Jesús, para poder convencernos íntimamente, de igual a igual, respetándonos. La persona resucitada se verá a sí misma a una nueva luz; será capaz de reconocer sus culpas, sus pecados, sus crímenes, sus deficiencias; sentirá dolor por ello, se sentirá avergonzada; pero podrá superarlo si confía en el poder de la gracia de Dios.
Éste es el "juicio personal", inicio de la anacefaleosis para cada persona.

Todos resucitaremos juntos, en el umbral de la emergencia última. A la expresión de la voluntad de Dios, a su voz, al "son de la trompeta", todos despertaremos de la muerte para ser así juzgados y transformados. Todos experimentaremos a la vez el "juicio personal".
El mundo humano de los siglos pasados, lo que comenzó en el planeta Tierra y se extendió después por todo el Universo, habrá alcanzado su acabamiento, habrá sido superado. El universo entero se estará consumando; no habrá ya galaxias; todo: materia, energía, espacio, tiempo, se estará "sumiendo", o "sublimando", en la emergencia de Dios.
Y las personas resucitadas sentiremos, junto a una alegría indescriptible, la tristeza del arrepentimiento, la vergüenza por nuestros pasados crímenes, la ira por nuestra estupidez, por nuestra mezquindad, por nuestra maldad, por nuestra injusticia. Éste será el llamado "día de las lágrimas y de la ira". El "día del Juicio Final Universal".
Pero la gracia reparadora, consoladora, indulgente, bondadosa, acogedora, de Dios, nos estará llamando para separar nuestro lado "oveja" de nuestro lado "cabrito"; para conducirnos a la reconciliación y la paz; para mejorarnos y llevarnos a la vida eterna, depurados, convertidos, transformados, inmaculados, salvados, vueltos a nacer. A nuestro verdadero "hogar", a nuestra verdadera "patria".
____________________________________________________________________________________
Capítulo 15 de la primera epístola de San Pablo a los Corintios
Os recuerdo, hermanos, el evangelio que os he predicado,
el cual recibisteis, en el cual perseveráis;
por el cual asimismo, si retenéis la palabra que os he predicado,
sois salvos, si no creísteis en vano.

Primeramente os he enseñado lo que yo mismo recibí:
Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras;
y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras;
y que se apareció a Cefas, y después a los doce;
después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven aún, y otros ya murieron;
después se apareció a Jacobo; después a todos los apóstoles;
y en último término, como a un abortivo, se me apareció a mí.

Porque yo soy el más pequeño de los apóstoles,
que no soy digno de ser llamado apóstol, ya que perseguí a la iglesia de Dios.
Pero por la gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para conmigo,
antes he trabajado más que todos ellos;
pero no yo, sino la gracia de Dios que está conmigo.
Bueno, sea yo o sean ellos, esto predicamos, y esto habéis creído.

Pero si se predica de Cristo que resucitó de los muertos,
¿cómo dicen algunos entre vosotros que no hay resurrección de los muertos?
Porque si no hay resurrección de los muertos, tampoco Cristo resucitó.
Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe.
Y somos falsos testigos de Dios; por haber testificado de Dios que él resucitó a Cristo,
al cual no resucitó, si es verdad que los muertos no resucitan.
Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó;
y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados.
Entonces también los que durmieron en Cristo perecieron.
Si solamente para esta vida esperamos en Cristo,
somos los más lastimosos de todos los hombres.

¡Pero no! Cristo ha resucitado de entre los muertos; como primicias de los que durmieron.
Como la muerte entró por un solo hombre,
también por un solo hombre viene la resurrección de los muertos.
Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos revivirán.
Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias;
luego los que son de Cristo, en su venida;
luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre,
cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia.

Es preciso que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos a sus pies.
Y el postrer enemigo destruido será la muerte.
Porque le han sido sometidas todas las cosas, exceptuando aquel que se las sometió.
Pero luego que todas las cosas le estén sujetas,
entonces también el Hijo mismo se someterá a quien sometió a él todas las cosas,
para que Dios sea todo en todos.

De otro modo, ¿qué harán los que se bautizan por los muertos, si en ninguna manera los muertos resucitan?
¿Por qué, pues, se bautizan por los muertos?
¿Y por qué nosotros peligramos a toda hora?
Os aseguro, hermanos, por la gloria que de vosotros tengo en nuestro Señor Jesucristo,
que cada día vivo en peligro de muerte.
Si como hombre batallé en Efeso contra fieras, ¿qué me aprovecha?
Si los muertos no resucitan, comamos y bebamos, porque mañana moriremos.
No erréis; las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres.
Velad debidamente, y no pequéis; porque algunos no conocen a Dios;
para vergüenza vuestra lo digo.

Pero dirá alguno: ¿Cómo resucitarán los muertos? ¿Con qué cuerpo vendrán?
Necio, lo que tú siembras no revive si no muere antes.
Y lo que siembras no es el cuerpo que ha de salir, sino el simple grano desnudo, ya sea de trigo o de otro grano;
pero Dios le da el cuerpo como él quiere, y a cada semilla su propio cuerpo.
No toda carne es igual, sino que una carne es la de los hombres, otra carne la de las bestias, otra la de los peces, y otra la de las aves.
Y hay cuerpos celestiales, y cuerpos terrenales; pero una es la gloria de los celestiales, y otra la de los terrenales.
Uno es el resplandor del sol, otro el de la luna, y otro el de las estrellas, pues una estrella es diferente de otra.

Así también es la resurrección de los muertos:
Se siembra corrupción, resucita incorrupción;
se siembra deshonra, resucita gloria;
se siembra debilidad, resucita fortaleza;
se siembra cuerpo animal, resucita cuerpo espiritual.

Pues como hay cuerpo animal, hay también cuerpo espiritual.
Como está escrito: El primer hombre, Adán, fue hecho alma viviente; el último Adán, espíritu vivificante.
Mas lo espiritual no es lo primero, sino lo animal; luego lo espiritual.
El primer hombre, Adán, es de la tierra; el segundo hombre, el Señor, es del cielo.
Cual el terrenal, tales también los terrenales; y cual el celestial, tales también los celestiales.
Así como hemos sido imagen del terrenal, seremos también imagen del celestial.
Esto os digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios,
ni la corrupción heredar la incorrupción.
¡Mirad! Os revelo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados,
en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, al son de la trompeta final;
pues sonará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados.
Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad.

Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad,
entonces se cumplirá la palabra que está escrita:
Sorbida ha sido la muerte en la victoria.
¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?
¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?
El aguijón de la muerte es el pecado, y la fuerza del pecado, la ley.
Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo.

Así que, hermanos míos amados, permaneced firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano.

De la epístola de San Pablo a los Efesios
Él nos manifestó el misterio de su voluntad
según su benevolencia,
por la cual se propuso
para la plenitud de los tiempos
recapitular todas las cosas en Cristo:
las de los cielos y las de la tierra.
(Ef 1, 9-10)

Profecías
El que te creó, te tomará por esposa; su nombre es Señor todopoderoso.
Tu redentor es el Santo de Israel, se llama Dios de toda la tierra.

Como a mujer abandonada y abatida te vuelve a llamar el Señor.
¿Puede ser rechazada la esposa tomada en la juventud?, dice el Señor.
Por un breve instante te abandoné, pero ahora te recibo con inmenso cariño.
En un arrebato de enojo me oculté de ti por un momento,
pero el amor con que te amo es eterno, dice el Señor, tu redentor.

Me sucede como en tiempos de Noé, cuando juré que las aguas del diluvio no volverían a cubrir la tierra;
ahora juro no volver a enojarme contra ti, ni amenazarte nunca más.
Aunque las montañas cambien de lugar, y se desmoronen los cerros,
no cambiará mi amor por ti,
ni se desmoronará mi alianza de paz, dice el Señor, que te ama.
(Isaías 54, 5-10)
-------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Entonces (Yahvé) me dijo: "Profetiza sobre estos huesos. Les dirás: Huesos secos, escuchad la palabra de Yahvé.
Así dice el señor Yahvé a estos huesos:
He aquí que yo voy a hacer entrar el espíritu en vosotros, y viviréis.
Os cubriré de nervios, haré crecer la carne sobre vosotros, os cubriré de piel, os daré un espíritu y viviréis;
y sabréis que yo soy Yahvé".

Estos huesos son todo el pueblo de Israel. Ellos andan diciendo: "Se han secado nuestros huesos,
se ha desvanecido nuestra esperanza, todo ha terminado para nosotros".
Por eso, profetiza; les dirás: Así dice el Señor Yahvé:
"He aquí que yo voy a abrir vuestras tumbas; os haré salir de vuestras tumbas, pueblo mío,
y os llevaré de nuevo al suelo de Israel.
Sabréis que yo soy Yahvé cuando abra vuestras tumbas y os haga salir de ellas, pueblo mío.
Infundiré mi espíritu en vosotros y viviréis; os estableceré en vuestra patria,
y sabréis que yo, Yahvé, lo digo y lo hago; palabra de Yahvé."
(Ezequiel 37, 4-6 y 11-14)
-------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Os tomaré de entre las naciones, os recogeré de todos los países
y os llevaré a vuestra patria.
Os rociaré con agua pura y quedaréis purificados;
de todas vuestras manchas y de todos vuestros ídolos os purificaré.
Y os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo,
os arrancaré el corazón de piedra y os daré un corazón de carne.

Infundiré mi espíritu en vosotros y haré que os conduzcáis según mis preceptos
y observéis y practiquéis mis normas.
Habitaréis la tierra que yo prometí a vuestros padres.
Vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios.
(Ezequiel 36, 24-28)
-------------------------------------------------------------------------------------------
Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva
- porque el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido, y el mar no existía ya -
y vi la Ciudad Santa, la Nueva Jerusalén, que bajaba del cielo,
de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo.

Y oí una fuerte voz que decía desde el trono: "Esta es la morada de Dios con los hombres.
Pondrá su morada entre ellos y ellos serán su pueblo y él, Dios-con-ellos, será su Dios.
Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni llanto, ni gritos ni fatigas,
porque el mundo antiguo ha pasado.

Entonces dijo el que está sentado en el trono: "Mira, que hago un mundo nuevo".
Y añadió: "Escribe: Estas son palabras ciertas y verdaderas".
Me dijo también: "Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin;
al que tenga sed, yo le daré a beber gratuitamente del manantial del agua de la vida.
Ésta será la herencia del vencedor: yo seré Dios para él y él será hijo para mí".
(Apocalipsis 21, 1-7)
-----------------------------------------------------------------------------------------------------------
El Señor es mi pastor,
¿qué me puede faltar?
por las verdes praderas
él me lleva a apacentar,
me guía hacia las aguas de la paz
y mi alma reconforta.

Me conduce por sendas de justicia
por amor de su nombre,
en oscuros abismos yo no temo
porque está junto a mí;
su cayado, la vara de su brazo,
son ellos mi confianza.

Para mí tú dispones una mesa
frente a mis adversarios,
has ungido con óleo mi cabeza
y mi copa rebosa,
de bienes y de gracias gozaré
en tu casa, cuando viva.

Gloria al Padre nuestro creador,
a Jesús el Señor
y al Espíritu que habita en nuestras almas,
nuestro consolador,
al Dios que es, que era y que vendrá
por los siglos de los siglos.
(Salmo 23)
blog-anterior----------------------------------------------índice--------------------------------------------------blog-siguiente