30.9.05

50._ Trauma

Pedro, y los demás discípulos y discípulas de Jesús, constituían un pequeño grupo brutalmente traumatizado por la crucifixión. Dispersos, escondidos, avergonzados, desmoralizados. Destrozados sus sueños y sus esperanzas. Tenían ahora que bajar a la realidad. Volver con sus familias, a sus oficios, a continuar viviendo. Nos imaginamos que muchos habrán oído el reproche: "¿no te dije que no te fueras con ese hombre?". Su maestro había sido un iluso, un visionario, un loco. Ni siquiera había muerto serena y dignamente como un Sócrates, sino de manera terrible y vergonzante, como el peor de los criminales.
Y ellos, que hacían cuentas de sus beneficios futuros en el Reino mesiánico, que se repartían ya los cargos más importantes y los mejores sitios, que habían confiado en ser generosamente recompensados por seguirlo... ¡qué estúpidos, qué utópicos, qué irresponsables, qué inútiles, habían sido! Ahora serían perseguidos por las poderosas autoridades de Jerusalén, quizá hasta en sus mismos pueblecitos de Galilea; tal vez serían apresados por los temibles soldados romanos y sometidos a tortura y a muerte, también. Y todas esas hermosas doctrinas de paz, amor, perdón, desprendimiento, confianza, ¿de qué servían?

No había entre ellos un líder, un sucesor que pudiese animarlos. Pedro, el que había sido el más decidido, había resultado ser un cobarde; ¿con qué cara miraría a sus compañeros?